Hombre trans esta embarazado y apunto de ser punto de ser papá

Decidió suspender la inyección de testosterona que le tocaba. Cuatro meses después recuperó su ciclo menstrual.

El plan de su médica era intentar, al menos para empezar, con un tratamiento de baja complejidad con esperma donadoIan Rubey tiene 31 años y está embarazado de 33 semanas lo que significa que, a lo sumo, sus hijos nacerán a comienzos de agosto. Vive en Puerto Madryn (Chubut).

Es un varón trans, también es licenciado en Ciencias Biológicas, y así lo conocieron sus alumnas y alumnos del colegio secundario en el que trabaja.

Su deseo no era sólo gestar a sus hijos sino tenerlos por parto vaginal y amamantarlos y en ese trayecto llegó a comprender que nada de eso atentaba contra su masculinidad.

Ian nació como mujer, en una nota del medio argentino Infobae, dijo: “Cuando vuelvo a las fotos de mi infancia me doy cuenta de que tuve la posibilidad de conectarme mucho con quien yo quería ser. Veo las fotos y digo ‘mirá, ahí estaba ese niño más allá de que lo llamaran con nombre de mujer”, cuenta él.

Su adolescencia la recuerda como un drama. Tenía 15 años y era hija única. Aunque no estaba escrito en ningún lado, se suponía que era una chica y la llamada “heteronorma” (la que dice que lo normal es heterosexual) indicaba que a las chicas tenían que gustarles los chicos. “Así que pasé por varias relaciones con varones súper frustradas. Evidentemente no me fue muy bien, fue una época muy fea de mi vida, muy angustiante”.

Ian recuerda el malestar en el cuerpo, pero también la sensación de no terminar de entender qué le pasaba. Arrancó la carrera universitaria todavía echando baldes de arena para ahogar todas aquellas dudas pero los cuestionamientos resurgieron, no casualmente, cuando empezó a participar de agrupaciones feministas.

“Empecé a preguntarme ‘¿y yo qué quiero hacer de mi vida?’”, sigue. La respuesta no llegó tras un pase de magia sino que se fue develando en etapas. “Primero volví a conectarme con esa expresión de género masculina que había tenido en la infancia. Me gustaban las chicas, siempre me habían gustado, y ahora sí volví a contárselo a mi madre pero ya desde otro lugar. Ya no era una adolescente sino una persona con autonomía que no estaba dependiendo de su madre para sobrevivir”.


Tenía 25 años, estaba en pareja con una joven y, abiertamente lesbiana, se suponía que ya había entendido quién era. “Sin embargo, muchas personas que no me conocían me leían como un varón. Lo loco era que a mí no me molestaba, lo mismo que me había pasado en la infancia”.

Fue una amiga de su círculo de confianza quien le hizo, amorosamente, las preguntas que necesitaba escuchar: “¿Seguro que te sentís mujer? ¿de verdad estás conforme con este género?”.

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